Cassiopeia


Nos quema la piel el mismo sol y le pedimos deseos a las mismas estrellas.
Nos alarga los kilómetros la misma luna y nos han tirado al suelo las mismas botellas.
Guardamos los mismos silencios y violamos las mismas letras.
Volamos igual de alto y también pisamos las mismas piedras.
Dejamos el mismo pasado atrás y nos curamos las heridas en el mismo mar.
Incendiamos las mismas velas y lloramos la misma sal.

Queremos el mismo futuro para nuestros hijos y hemos mordido la misma tierra.
Nos escondemos de la misma obscuridad y los mismos demonios de malas maneras.
Si realmente es así, si todos somos iguales ¿Por qué me siento tan diferente?
¿Por qué todas mis acciones son pasivas y mis ideas tan divergentes?
No es que me asusten los finales y tampoco le tengo miedo a la muerte.
Le tengo miedo a caer, levantarme y no poder seguir de frente.
A veces le doy la espalda al viento sólo para sentir que algo me empuja.
Los sueños se alimentan con huevos, igual que las hogueras comían brujas.
Y ¿Quién soy yo para juzgar si estoy bien o tremendamente mal?
Para apostar todo mi resto en una mano con un rey y un As.
Jamás voy a aceptar que el hogar está donde dejaste el corazón.
La anatomía de mis fantasmas me explica que estoy mal aunque me ahogue en la razón.
A decir verdad, todo lo que digo es mentira.
Estas palabras no me sirven, no calientan mis manos frías.
No te rías de las cámaras y enseña los dientes en todas las fotos.
Que nadie sepa lo que tienes, que nadie sepa que estás roto.
Aunque tus ojos se hayan quedado suspendidos en el vacío que tanto miedo te daba.
Aunque ya no calienten tus palabras y no protejan tus miradas.
Perfuma los momentos con tinta y déjalos secar el corrector.
Cierra los ojos, respira profundo y pierde el miedo de mentirle al detector.
Contesta todos los formularios, cambia las fechas y no acerques el iris a la luz.
Acepta de una vez que a ninguna de sus preguntas la respuesta vas a volver a ser tú.
No te martirices, no te victimices y deja de jugar a que eres un pendejo.
Levántate de una buena vez, deja de lustrar con esa lengua el azulejo.
Destila tu sangre llena de vicios de tus venas de moral debilitada.
Es difícil al principio, ver que todo lo que empezaste ahora se acaba.
El piano y los violines te arrugan de melancolía.
Ojalá tú fueras menos imbécil, ojalá ella menos fría.
Toca todas las puertas de madera y escúchalas hacia la izquierda.
Déjala encontrarte y deja de buscar todo lo que ella necesita que se pierda.
Llena de sellos tu pasaporte y deja que la mochila te canse los brazos.
No la pierdas de vista pero tampoco la obligues a seguirte todos los pasos.
Mientras ella deja que otros labios violen todas las ideas que tú tenías para diciembre,
no voltees, no justifiques, si el cielo quiere cosechar también que siembre.

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